Hay veces en que una película emociona, aunque no nos convezca del todo. Es lo que me sucedió con Intocable, no es que esperase una película diferente, pero si que intuía más posibilidades, sobre todo un enfoque distinto. Alguien puede decir que hay que considerar al espectador como un receptor experimentado, que no es necesario una historia planificada al detalle, sino que hay que dejar paso a la sugerencia, a una lectura múltiple de la misma historia. Sí , me parece una historia positiva, válida, pero poco creíble porque no se ahonda en el dolor, se sugiere. Al cine se va a pasar un rato entretenido, reconfortante y en ese aspecto cumple su cometido, aunque dudo de que se comprenda el dolor del tetrapléjico.
La historia se centra en la relación entre un tetrapléjico y un joven de las afueras de Paris, este último obligado por la cartilla del paro tiene que trabajar una temporada con el discapacitado. Entonces, surge una relación mágica, de mutua complicidad, pero sustentada en la capacidad emotiva e intelectual del enfermo y no en las dotes extraordinarias del cuidador. Lo que quiere el tetrapléjico es que le traten con naturalidad no con pena, y el joven negro no está por apiadarse de nadie, pues él también vive una situación límite. Es como si los que viven al límite estuviesen destinados a entenderse, pues su modo de entender la realidad es diferente, la supervivencia exige otros códigos.
Enseguida nos enteramos de que el joven acaba de salir de la cárcel y como castigo su madre le expulsa de casa. Vive en la calle y espera que el ingreso del subsidio le dé un respiro, además su hermano menor se dedica al menudeo tóxico, de modo que tiene que estar al tanto de lo que sucede. Está atrapado, no sabe como encauzar su vida, tal vez porque siempre se ha dejado llevar sin un rumbo claro. En cambio, el tetrapléjico, parece controlarlo todo con su mente privilegiada, hecha a la medida de todos los públicos. Si bien el dolor aparece en la película, el sufrimiento, la vida... las circunstancias hacen que se convierta en un dolor llevadero, además en el peor de los momentos aparece el joven de la periferia para ayudarle: comparten las ganas de vivir, los pequeños placeres que hacen soportable la existencia.
El de la periferia trata al discapacitado como lo que es, con sus bromas pesadas pero haciéndole sentirse vivo, capaz de nuevas sensaciones, gracias a él vuelve a entusiasmarse. Pero llega un momento en el que se tienen que separar; el joven tiene que hacerse cargo de su familia, de su desamparo y afrontarlo con mayor templanza y realismo: cuando los dos hermanos esperan a la anciana a la salida del trabajo ya han recorrido un trayecto importante, se reconocen en la supervivencia y la dignidad.
Me ha gustado la película, pero más allá de un canto a la vida, al reconocimiento a la dignidad propia de toda persona, creo que el dolor existe, y también tiene que mitigarse. Es muy difícil, por no decir imposible, que un sufrimiento tan agudo no se traduzca en amargura y despotismo, con todo el respeto y el cariño del mundo hacia el tetrapléjico. La felicidad existe, pero también el dolor y la muerte, no nos engañemos.
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