SABRÁS QUÉ HACER CONMIGO
Me sorprendió la película “Sabrás qué hacer conmigo”, me pareció una lección de buen cine, pues sin
grandes medios demuestran que se puede hacer una buena película, y sobre todo porque es un canto a la vida, de cómo hacer frente a las dificultades sin
dejarse llevar por el dolor.
Se narra la historia de amor entre un hombre y una mujer, y
se reflexiona sobre el sentido de la existencia, ya que ambos personajes están marcados por su relación con la muerte.
Nicolás
Nicolás le entra de una manera descarada a Isabel en el
hospital y surge una mágica historia de
amor que les permite darse
sosiego el uno al otro. Nicolás no queda fascinado de Isabel únicamente por su
belleza, también porque de una mirada
sabe leer la verdad que esconden sus fotografías, el secreto que
condiciona su vida, pues hay una complicidad entre ambos que les atrae y
el azar afianza, como si estuviesen hechos el uno para el otro. Ella es más
explosiva, necesita sentirse viva para hacer frente al dolor que la consume; él,
en cambio, se siente fuerte en la serenidad, en la firmeza de unos actos
sencillos que facilitan la vida convirtiendo la monótona realidad en un abanico
de posibilidades y sugerencias.
A Nico le
encanta sumergirse en el agua,
bucear, controlar los fondos cristalinos
que asocia intuitivamente con la propia
vida interior, con aquello que le impulsa a vivir como ausente, buscando el
ritmo adecuado para afrontar la realidad pase lo que pase. Nada más
conocerse, ella está ansiosa por hacer
el amor; sin embargo, él necesita un ritmo suave, que ella se serene para
conseguir una relación más placentera y así disfrutar ambos con mayor
intensidad. Se enfadan por el descompás,
pero impulsados por la necesidad se reconcilian llegando a encontrar un ritmo
adecuado que les da placer. Ella abandona su angustia porque él es capaz de
darle sosiego y tranquilidad, esa misma noche Isabel es testigo del ataque de
epilepsia de Nicolás.
Isabel es una chica
independiente, que sufre porque su madre tiene fuertes procesos
depresivos con intentos de suicidio; con
todo lleva una vida independiente,
trabaja, tiene su casa, amistades… Su vida no es fácil, la muerte de su
hermano trece años antes llevó la tragedia a su hogar, destruyó la estabilidad
de su madre y la relación de sus padres.
Va de casualidad a la exposición de Nicolás con su mejor
amiga, una de las fotos llama su atención y se lo comenta al fotógrafo “Esa
foto me recuerda a la mujer dormida de Millet, yo tenía una reproducción de ese
cuadro, me lo regaló mi hermano. Lo amaba”. A partir de ese momento sienten
cierta complicidad, cierta afinidad pues emotivamente se sienten unidos. Nicolás
comparte una sensibilidad afín a la del hermano de Isabel, un punto de vista que le es
familiar y que la hace reconocerse, perder el pudor.
Después en la conversación con los amigos surge el tema de
la muerte, de cómo puede volverse cansino cualquier buen drama. Debaten cómo
sobrellevar la muerte de un ser querido, si se puede afrontarlo con templanza o
no. Ella opina que se trata de vivir con
un poco de dignidad sintiendo una fuerte mordida en el pecho. Nico no está de
acuerdo, para él la muerte forma parte del proceso de la vida, la muerte cierra
el círculo: venimos, estamos y nos
vamos, parece que se retan.
Ella le pregunta qué tiene que hacer si presencia un nuevo
ataque de epilepsia, él le responde que nada, y que si no le había dicho nada
era porque creía que sus ataques estaban bajo control. Luego se despide para
siempre; ella le dice que si quiere irse que se vaya, pero que lo decide
él, que ella lo quiere como es. Nicolás
se queda en casa de Isabel. El médico especialista les dice que la epilepsia se reduce con una gran cantidad
de medicación que acarrea graves efectos secundarios, si no, para que no
vuelvan los ataques, Nicolás se tiene
que operar con riesgo de parálisis o de
muerte.
Y la vida sigue, cada
mes la madre de Isabel tiene una recaída que necesita de cuidados especiales,
parece casi imposible que acepté que se
tienen la una a la otra, y que su hija la
necesita, “Mama quedamos las dos, ¿qué hacemos?”
Isabel y Nicolas, en cambio, encuentran sosiego, se quieren
y están a gusto. Se ven unas imágenes muy bonitas en las que se susurran al
oído sin que el espectador sea partícipe de su amor, como si no hubiese nada
que pudiese deshacer el hechizo que los envuelve. Pero él ya no puede conducir
con seguridad, casi tienen un accidente una noche al volver a casa. Tampoco
puede tener relaciones sexuales por la medicación que toma, Nicolás se da
cuenta de que la enfermedad puede con él y su relación, y decide operarse.
Antes de la intervención van de vacaciones a bucear a la costa, parece que no son conscientes de que a él le puede dar un ataque epiléptico en cualquier momento, y que el riesgo se multiplica cuando bucean en el fondo marino. Disfrutan de las vacaciones, de la sensación de plenitud que ofrece el mar.
Al final, al recoger algunas cosas encuentra la fotografía que le hizo Nicolás: aparece ella, Isabel, en la bañera con los ojos abiertos. Ahora mira a la realidad de otro modo, con ternura y entereza, sin sufrir por las heridas del pasado ni por el miedo al porvenir, vive con la sencillez y el sosiego que el amor de Nicolás le supo transmitir para afrontar tanto la vida como la muerte
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