Ayer fui con mi mujer al cine a ver "8 apellidos vascos", fuimos con tiempo, una media hora antes porque pensamos que nos encontraríamos con mucha gente, y así fue, nos pusimos los últimos en una larga cola. La película “8 apellidos vascos” se ha convertido en un acontecimiento social, todo el mundo quiere verla, todos deseamos disfrutar de un rato de humor, pues no hay nada como reírse de la torpeza de uno mismo para abordar un problema y relativizar sus consecuencias. Aunque tenemos el sentido del ridículo bastante desarrollado, y el de la culpabilidad a flor de piel, esa risa que quiere mitigar lo ocurrido y confraternizar con la víctima nos ayuda a aceptar nuestras limitaciones. El reírnos de nosotros mismos supone reconocernos en un ejercicio de madurez, las limitaciones nos igualan y las justificamos sintiéndonos más humanos: "Eso le puede pasar a cualquiera, no tienes por qué sentirte culpable"... "no lo ha hecho con mala leche, simplemente
Crítica personal peliculada