Hay veces que se disfruta viendo una película, para pasar un buen rato con unos buenos actores, un buen guión y una clara concepción de cómo se tiene que narrar una historia en imágenes es suficiente. Así de sencillo, pero si la sencillez es sinónimo de destreza narrativa, capacidad de resolución de una serie de conflictos trenzados y unos cambios de ritmo que atrapan la atención del espectador, el resultado sencillamente es asombroso.
Dos chavales se enfrentan en una campa entre otros cuantos de su misma edad, parece que el enfrentamiento alcanza una fuerte confrontación, entonces uno de ellos agarra una rama que coge del suelo y le da un golpe en la cara al otro. El herido no reacciona ante la dureza del golpe, es recogido por sus compañeros mientras que el agresor se aleja. Este incidente da pie a que los padres de ambos chavales se reunan para dar una solución a la agresión, para una posible reconciliación.
Lo cierto es que los padres del chaval agredido, Jodie Foster y John C. Reilly, buscan una señal de arrepentimiento, exigen una disculpa, resarcirse con las disculpas. Pero los padres del agresor, Kate Winslet y Christop Waltz, sencillamente no están por la labor; aceptan que su hijo se excedió pero no quieren participar en un acto de disculpas forzadas, en el que se sientan violentados por una culpabilidad que creen no merecer.
Desde las primeras imágenes, en las que el padre del agresor, un abogado de grandes corporaciones industriales, muestra su desacuerdo por el término bélico que utiliza la madre del agredido: "armado", la situación se va precipitando hasta que sus relaciones conflictivas salen a relucir. Los padres del niño agredido también se siente agredidos, necesitan que se les pida disculpas, sobre todo ella porque él se deja llevar sobrellevando buenamente las exigencias de su mujer.
Porque se disecciona la conflictiva relación que existe en la pareja cuando un hecho inesperado rompe el equilibrio ficticio en el que se vive, la propia inercia de la insatisfacción diaria surge en la obra rompiéndose los diques de contención. Pero del mismo modo que una vomitona inesperada irrumpe en la sala de estar ensuciándolo todo, los personajes a partir de ese momento sacan parte de la amargura que los corroe. Pero esta situación está planteada con verosimilitud, sin alardes artificiosos, son guiados a trompicones por el peso de la infelicidad que les empuja.
El padre del agresor está ausente, tiene que atender sin demora a un cliente importante que exige que resuelva un conflicto de gravedad en el que están en juego la salud de los ciudadanos y los intereses de una enorme empresa farmaceútica. De tal palo tal astilla, nunca mejor dicho, ya que el padre del agresor está a favor de los que prioritan el beneficio por encima de la ley, actúa sin miramientos como si estuviese por encima del bien y el mal. No hace caso de lo que ocurre en la sala, una y otra vez se interrumpen los diálogos, pero estas mismas interrupciones, en lo más álgido de la conversación en torno a la necesidad de una educación en valores marca las pautas, el ritmo narrativo e interpretativo.
Judi Foster es la que canaliza la energía negativa, la que más sufre porque los demas no se avienen a su propuesta, pero también sabe que esta exigencia es un escudo para justificarse, para mantener su exigencia de una vida que la saque de la mediocridad. Es una escritora, una creadora que no ha tenido el reconocimiento que se merece. Su marido, en cambio, es un hombretón que lleve la situación a su modo, capeando el temporal, sin cuestionarse ni dejarse arrastrar por su mujer. Al fin y al cabo, también él como el padre del agresor fue un lider pandillero: "Te juntabas con 5 o 6 amigos que hacían lo que querías porque te admiraban", en el fondo cree que es un lance que fortalecerá a su hijo. Aunque se presenta como un calzonazos, defiende a su hijo; pero él se adapta a la realidad, no intenta cambiarla, es un vendedor de accesorios para el hogar.
Por último está la madre del chaval agresor, Kate Winslet, que es arrastrada por una situación que reconoce pero no comparte. Se siente abandonada, su marido no está protegiéndola, ella es victima de toda esa agresividad familiar que sobrelleva y encima tiene que hacer frente a sus consecuencias. Se siente humillada, incomprendida, como también se siente humillada la otra madre que se siente abandona por un marido que considera gris, que no cumple con sus espectativas. Las dos mujeres, cuando el problema exige una asunción de responsabilidades sacuden los formalismos, rompen con los estereotipos, con la contención que las esclaviza. Uno de los mejores momentos de la película es cuando ambas se ríen a carcajadas de la fragilidad de sus dos maridos que se sienten desahuciados cuando el rol de mando se esfuma tras meter el móvil del prestigioso abogado en la jarra con agua. En el fondo son dos pobres maridos incapaces de satisfacer a sus respectivas esposas.
Una historia contada a la perfección que se erige sobre el trabajo de unos actores excepcionales, quienes parece que han sido elegidos para interpretar sus respectivos papeles porque su propia personalidad se ajusta a la perfección a los personajes http://www.elpais.com/articulo/cine/anos/negocio/Polanski/artista/sentido/puro/elpepuculcin/20111118elpepicin_3/Tes. La interpretación me ha parecido muy exigente, ya que los personajes tienen que cambiar de rol, ahondar en la situación , en ellos tiene que aflorar aquello que no se muestra en el film: la insatisfación de vivir en pareja sin que se cumplan los mínimos que garanticen la felicidad.
Es una maravilla cómo se juega con el espacio, pues sobre una adaptación teatral el espacio cinematográfico configura el atrezo como si la vida misma fuese una obra de teatro: cuando salen fuera de la vivienda y suena el teléfono y tienen que volver porque no hay cobertura, o cuando en la refriega de la discusión tienen que volver a entrar al piso del chaval agradido para que no se monte un escándalo. Es un lujo observar que las unidades de espacio y tiempo, propios del teatro clásico se adaptan con esa liquidez y contundencia al formato cinematográfico, asombroso. El tiempo real es el tiempo de la representación, no hace falta ningún tipo de alarde, si se ficcionaliza la realidad se abarca todo. En estos casos lo más dificíl es ajustar el discurso al habla de los personajes, la brillantez del diálogo suple a la falta de naturalidad, la actuación coral rompe con el tiempo innecesario, y sobre todo el tono utilizado, no debemos olvidar que se trata de una comedia melodramática hace que relativicemos todo, incluso la perfección de los personajes.
La comedia se impone al drama y nos hace relativizar, ahondar en nuestra propia situación, así aprendemos a reírnos de nosotros mismos. La tensión que viven los personajes se rompe con estos gags que se repiten, e incluso en los cuales nos podemos reconocer: el excesivo uso del móvil que nos aísla en nuestro mundo, lo ocurrentes que nos volvemos cuando bebemos una copa de más, los chistes que hacemos de los empachos producidos por la repostería casera, son circunstancias que reconocemos e incluso las hemos vivido. ¿Quién no ha exteorizado sus flaquezas en un encuentro familiar a mesa puesta? Este reírse de nosotros mismos fascina , por ejemplo cuando le dicen los tres actores a Judi Foster que deje de gimotear, el hacer frente a los pequeños dramas diarios con ironía nos reconcilia con nosotros mismos y la vida.
NO OS PERDÁIS UN DIOS SALVAJE, ES UNA OBRA MAESTRA
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